top of page

 

                                            CUMPLEAÑOS FELIZ

Julio de 1989. Faltan pocos días para mi cumpleaños número 9.

 

Mi padre, alcohólico y perdido, apareció por nuestra casa (después me enteré que venia de una rehabilitación). Quería que viajáramos juntos, yo y él, rumbo a Puerto Varas, para arreglar, dijo, algunas cosas de unas cabañas. Sería algo especial padre-hijo, y volveríamos justo el día de mi cumpleaños.

 

Yo le dije que quería ir, aunque tenía un mal presentimiento.

 

Ya en el aeropuerto, el avión se atrasó y mi viejo se puso a tomar. Yo le dije que tenía miedo de que estuviera tomando, a lo que respondió que era "solo un trago".

 

Viajamos a Puerto Montt. Me compró en el aeropuerto un mono de He-Man. Pasamos una noche en un hotel y al día siguiente fuimos a Puerto Varas. Antes de llegar, pasamos a comprar a un supermercado. Nada de comida, solo alcohol, en su mayoría vino. La cabaña se ubicaba varios kilómetros afuera de la ciudad.

 

Una vez instalados en la cabaña empezó el desastre: mi viejo solo tomaba y tomaba. Nada de comida, sí mucho, mucho frio y miedo. Los únicos alimentos eran un chocolate blanco con relleno de mora y un paquete de espárragos congelados. Puse el chocolate en el refrigerador y se fue poniendo salado y malo. Mi viejo estaba siempre borracho y yo solo podía rezar, para que no me pegara y me sacara la mierda, como ya había pasado otras veces.

 

La primera noche lo encaré, llorando. "¿por qué me haces esto?" - su respuesta me dejó helado: rompió en llanto y me dijo que su padre, un carabinero ebrio y abusador como abundan, había maltratado mucho a su familia, amenazándolos con armas, quebrándoles los huesos, haciendo que temblaran al oír sus pasos. Me dijo que, literalmente, "le había cagado la vida". Luego me miro y dijo: "yo te estoy haciendo lo mismo".

 

Luego de esa conversación salimos a la ciudad, como para tranquilizarme. Comimos algo y a la vuelta, en su borrachera, mi padre metió el auto arrendado en una zanja cerca de la cabaña de la que no salió más. También dejó las llaves adentro. Estábamos perdidos, atrapados sin comida y sin comunicación, no había forma de escapar.

 

Pasaron los días, no sé cuántos. Sólo recuerdo el miedo y situaciones específicas. Todos los días era el mismo horror.

 

Una noche mi viejo llevó a unas prostitutas, me miraban y se reían de verme sólo y asustado en un rincón, con mis viejas revistas de Condorito, tratando de evadirme de esa pesadilla. A veces entraban a otra habitación donde estaba mi viejo, siempre ebrio. Para ellas solo parecía ser un carrete más. Se fueron y pasó otro día o varios. Mi viejo durmiendo ebrio era la situación menos aterradora. Una vez se despertó sólo para levantar las sábanas y mear en el suelo. No había adonde huir.

 

Llegó el día en que nos teníamos que ir, el día en que cumplí 9 años. Le rogué a mi padre que se levantara y que llegáramos al aeropuerto, sacando el auto de la zanja. Era absurdo, mi viejo nunca estuvo sobrio. A duras penas se levantó de la cama. Luego se desplomó de una forma tan brutal y con tanta fuerza que al golpear el piso toda la cabaña retumbó. Yo estallé en llanto, no había escape. En ese momento escuché un auto afuera. Mi madre había viajado a buscarme, había conseguido un taxi y dejado a mis hermanas con otros familiares. A partir de ahí todo fue botar el vino que había en la casa, tratar de recuperar el auto y esperar que mi padre volviera a la lucidez para viajar a Santiago.

 

No sé bien qué pasó después, viajamos de vuelta, y mis padres se separaron definitivamente. Mis hermanas no me hablaron nunca de lo que pasó, jamás se habló de lo sucedido en mi familia. Nunca me dijeron algo como "que bueno que estés bien, te extrañamos, estábamos preocupados", o cualquier cosa. Mi existencia parecía ser lo más insignificante del mundo en ese Chile que salía de la dictadura y entraba en la democracia "protegida" de los noventas. Quedé atrapado en la soledad de este sufrimiento.

Supongo que por eso encontré un refugio en la música, los estudios, la soledad.

 

Nunca sentí tanto miedo, tristeza y desesperanza como

en aquella ocasión. Pensé que mi padre me iba a matar.

 

Mi viejo murió 2 años después, en el diario decia que "murió calcinado en su departamento" por un incendio, quizás auto provocado. A mi me dijeron que murió ahogado, que un cigarro le incendió la cama, que trató de refugiarse en la ducha. No estuve en el velorio ni me atreví a ver el cadaver de mi padre.

Yo le deseé la muerte muchas veces, pero cuando me enteré que se quemó fue un desenlace demasiado brutal para mí.
Ahora pienso que él seguramente vivió momentos de terror con mi abuelo que quizás fueron mucho peores.

 

Una parte de mi sigue atrapada en ese rincón oscuro de la cabaña.

Alfonso Covarrubias, 2018

bottom of page